jueves, 7 de marzo de 2013

La memoria del cuerpo


Una noche no siento el cuerpo, que se adormece de dolor. Empapo el colchón de la cama inferior de una cucheta que vive con mi familia desde antes de mudarnos a esta casa.
Mi familia es mi familia.
Estoy en calzoncillos blancos. Soy chico por todos lados, no dejé de ser rubio.
La fiebre sube hace días. Mi papá aparece por el extremo de la cama en el que van los pies.
Todavía tengo los pies.
La luz de ese recuerdo es amarilla.
La cucheta ocupa la pared de la puerta. Mis hermanos y yo compartimos el dormitorio, que parece grande. Hay un armario enorme, los muebles no hacen juego, el empapelado empieza a nublarse. No sé si vino con la casa o si se nos ocurrió a nosotros.
Mi papá me lleva al baño, o creo ahora que mi papá me lleva al baño.
Después estoy en una cama enorme que no es mía y el mundo es verde y blanco.


Se me oscurece el pelo, también crece.
Siento las piernas rígidas.
Mi mamá me dice que no las tengo.
Me ponen vendas y férulas en cada una. Todo está teñido de bordó, que es el color del desinfectante.
Parece sangre, pero no creo. Supongo que dejo de tener, porque llevan mucho tiempo sacándome un poco cada mañana.
Mis abuelos viven, mis padrinos me visitan. Todos me regalan juguetes, ropa, plata.
No sé para qué me regalan plata. Durante un almuerzo me explican que es papel sucio, que puede hacerme mal. Y lo mismo los diarios, que manchan.
La tinta es un problema.
No puedo tocar la plata, tampoco usarla.
No puedo salir de acá, de esta cama blanca que hace ruido.
Tengo las defensas bajas. Como mucho.
Me bañan y se moja todo, pero no hay quejas. El agua sale de una esponja que me recorre el cuello y la espalda y choca contra la sábana de plástico que usan para no arruinar el colchón. Me gusta el ruido que hace, como granos de tierra golpeando una caja de madera. Se derrama hasta el piso, que es una mugre cada vez que me limpian.
Tengo tubos conectados a los brazos y a la garganta.
Me dan una pelota de goma para que tumbe unos muñecos que están parados en un extremo de la habitación, sobre el mosaico salpicado. Tiro cien veces, los tumbo a todos, mi abuelo me premia con plata, que sigo sin poder tocar.
La guardamos en una alcancía de metal adornada con gatos.

Miro películas en cassette. Tomo cocacola en lata. Mis hermanos son hombres en miniatura junto a mi cama.
Los días en que me toca operarme, me mojan los labios con una gasa húmeda. El mundo es seco, árido, se marchita, se rompe.
Los ojos de mi papá aparecen entre un barbijo y un gorro verde. Se acerca a decirme algo, y por detrás se asoman los vidrios circulares de la puerta del quirófano.
Estoy quieto antes de que me pongan una máscara fría que silba como una pérdida de gas.
Me duermen.
Estiro un brazo cuando la camilla entra en el ascensor y me golpeo con la puerta.
Es un reflejo, un impulso, una acción guardada en la memoria del cuerpo, como si me hubiera quedado un tiro con la pelota.
Mi psicóloga se llama Viviana y pasa muchas horas conmigo. Tiene rulos y una vez me sube a los hombros y me pasea.
Soy chico, no peso nada, ya doblo las rodillas.

Alguien me dice que la aguja que va a atravesarme la piel pincha como un mosquito y nada más. Dice mosquito y nada más.
Las enfermeras me tratan bien, se ríen mientras limpian.
Hay revistas, aunque creo que no sé leer.
Me dicen que no pueden traerme a mi perra Aymará, y que en todo caso tendrían que entrarla por la ventana. No estamos en un piso alto, pero a mí me parece que después del vidrio hay un precipicio.

La recepcionista se llama Marisa y a veces me alza. Siempre usa una camisa rayada y una pollera azul. Es rubia, alta, me quiere.
No sueño.
Nadie llora.
Mis primas son jóvenes, se visten de disney.
Me gusta cuando se hace de noche y apagan las luces y parpadea el televisor.
Voy al baño en envases de plástico que llevan y traen.
Me cuidan con cremas para que no aparezcan escaras. Siempre estoy sentado o acostado y la piel de los injertos puede desacomodarse o sufrir por la fricción.
Me dicen que voy a caminar.
No me impresiono cuando me veo por primera vez.
Las cortaron a la misma altura. Me tranquiliza la simetría.


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