No sé por qué empecé a hacerlo, o por qué la primera vez. Supongo que
fue la tentación, porque era algo prohibido a lo que tenía acceso, pero no sé.
Mucha gente no sabe por qué hace las cosas, menos al principio. O saben y
después se convierte en otra cosa, en algo que hacen por algo distinto. A veces
las hacemos porque nos salen, o porque estamos aburridos, me parece que no hay
razones muy claras para todo. Creo que casi nunca estamos seguros, o tal vez ni
sabemos.
No pasaría nada si dejáramos de hacerlo. Es la costumbre, una cosa
automática, como lavarse los dientes. Hay gente que no se los lava, o que no se
los lava siempre, todos los días. Se levantan sin ganas, o no les molesta la
boca seca, o no la sienten, pero seguro que hay gente que a veces no se los
lava. Ahora que lo pienso mejor no me suena como un buen ejemplo, porque lavarse los dientes
tiene un objetivo, es bastante necesario. Si no te los lavás nunca se te van a
caer o te van a doler o se van a pudrir. También podés vivir sin dientes, pero
debe ser medio incómodo, más que nada para comer. Yo en realidad hablaba de las
cosas que podés dejar de hacer y no pasa nada, de las que después de un tiempo
te olvidás porque no sentís que te falta algo. Con los dientes es fácil
acordarte porque se te manchan, se te ponen amarillos y después más oscuros,
como verdes, como los de mi mamá. El otro día encontré una foto de ella y de mi
hermano, los dos en la graduación de él, cuando terminó la carrera, creo que la
sacó mi viejo. La sacó desde bien cerca y está un poco movida, como casi todas
las fotos de las fiestas, y están los dos sonriendo y los dientes de mi mamá
estaban bien, recién se le estaba empezando a notar que no los cuidaba, había
unas manchitas y uno de los de arriba ya estaba torcido, pero eso se ve en la
foto, si no ni lo sabría. Para mí se le arruinaron de un día para otro, de
repente, pero por la foto sé que no, que fue de a poco. Bueno, decía que con
eso es fácil darse cuenta porque es algo que deja marcas. Hay cosas que no, que
se te van con el tiempo, como si nunca las hubieras hecho, y entonces te das
cuenta de que no eran tan importantes. Es raro, porque mientras las hacés te
parece que no podrías vivir. Después las dejás y es todo igual.
A mí me pasa que cuando más quiero hacerlas es cuando no las hago,
cuando no las estoy haciendo, hasta que las hago y no están tan buenas o no la
paso tan bien. Mis amigas me dicen que es porque espero mucho, porque le pongo
mucha expectativa y después no lo disfruto. Me hago una imagen de cómo va a ser
ese momento, lo lleno de detalles y lo pienso tanto que cuando lo hago no me
gusta. No se los conté. En realidad no se lo conté a nadie porque me van a
decir que está mal, que no se hace, que por qué. Y yo no les quiero explicar,
no me van a creer. Primero me pasó que no lo podía explicar porque ni yo sabía,
y ahora lo que pasa es que no quiero.
Cuando vi la mesa, me acordé de que la primera vez vos no querías,
estabas como nervioso o sorprendido porque por ahí no te esperabas que yo sí
quisiera. Pensé que sí, que querías, pero cuando te dije me pareció que no
supiste qué hacer. Estábamos acá, me habías pedido perdón por el desorden. Te
dije que no me importaba y me acerqué porque yo también estaba nerviosa y si la
estiraba iba a ser un desastre. Vos me miraste un poco revuelto, medio abombado,
y te quedaste callado un momento, hasta que me acerqué y te repetí, en parte
porque no sabía si me habías escuchado bien y en parte porque me pareció que sí
y que te había asustado. Me daba cosa que me echaras o me pusieras alguna
excusa para no hacerme sentir mal. Me paré y te dije que por mí no hacía falta
subir a tu habitación, que no me molestaba, que arriba de la mesa estaba bien.
Junté mis cosas, como habíamos quedado, pero no todas. Había algunas que
no me importaban y otras no me entraban en el bolso. Vine sola, aunque mis
hermanos y alguna amiga se ofrecieron a acompañarme. Un par las dejé a
propósito, para tener una excusa creíble para volver. Ya sabía que no nos
íbamos a arreglar, y la verdad, me parece ahora, tampoco quería. Lo que quería
era ver qué pasaba con este lugar, qué pasaba cuando no estábamos. Es
pintoresco ver cómo se transforma algo que era tuyo, algo que pensaste que iba
a ser siempre igual o que iba a cambiar si vos hacías que cambie. Lo que pasa
es que casi nunca vemos esos cambios, lo que vemos es el resultado. Hace poco
pasé con mi papá por la casa en la que él vivía de chico con mi tío y mis
abuelos. Me la señaló, porque yo ni sabía. Me contó que habían reformado el
frente, antes había una puerta baja entre dos canteros y un caminito de piedra
hasta la puerta. Ahora hay un portón y todo ese espacio está techado, lo usan
de cochera. Me dijo que le parecía raro ver eso, que parecía otro lugar, que al
principio no lo reconoció. Acá, en cambio, voy viendo cómo se mueve, o no cómo
se mueve pero sí lo que queda de lo que se mueve. Como vengo tan seguido me doy
cuenta de lo que hiciste y de a poco voy entendiendo. Es casi un juego, vos
movés algunas fichas y yo tengo que adivinar. Es curiosidad, más que nada, por
ver qué pasa con esto que fue mío. Si vengo alguna vez dentro de mucho tiempo
va a ser todo distinto y para acordarme voy a tener que hacer mucho esfuerzo, y
para qué, si al final nadie se acuerda bien. Parece que nos acordamos, pero
nunca es igual. Será por la distancia o porque cuando pasan las cosas no nos
preocupamos por mirar demasiado, por registrar, y debe ser porque no sabemos
para qué lo hacemos. O no creemos que algún día vamos a necesitar acordarnos.
No sé que sentido tiene intentar acordarse. Si fuera importante te acordarías y
listo. Yo no vengo por eso.
La escalera es la de siempre, con el penúltimo escalón roto, que se
mueve cuando lo pisás, y en los otros, en los primeros, hay cosas que parece
que se te van cayendo, como pistas, pero yo sé que no significan nada. Son puro
desorden, lo que te vas olvidando o lo que usás todos los días. Hay unas
antiparras que están desde que te conozco. Sé tus horarios, aunque me da un
poco de miedo encontrarte. Si faltás a trabajar, si te enfermás o te quedás
dormido nos vamos a cruzar, y no quiero que sepas, porque sé que no está bien y
vas a pensar que te persigo, que estoy loca. No te extraño a vos, ni siquiera
me interesa verte. Quiero seguir viniendo, pero eso también lo voy a tener que dejar.
A veces se me complica, tengo ratos libres cuando sé que estás acá y me
molesta. Pasan un par de días o una semana hasta que puedo volver y no
encontrarte. Siempre, por las dudas, miro por la cerradura y escucho. Si el
televisor está prendido es porque no estás. Lo dejás para el gato, no te gusta
que se quede solo.
Hace un montón de días que está en el mismo canal, calculo que ya se
fueron de viaje. Parece que no le pediste a nadie que venga a quedarse y a
cuidarlo, porque nada se mueve. O tal vez el que viene no toca nada, puede ser,
le pone agua y comida y se va. O le dejaste todo en el balcón de arriba, pero
no me animo a mirar porque tengo que pasar por la habitación y no quiero,
aunque no sé por qué no quiero. Nunca subí, desde que vengo. Me gusta abajo, yo
estaba siempre acá, hay más aire, más luz, la habitación parece un hotel, una
cosa de otro. Es muy chica, es incómoda, salvo la cama. Dormía bien en esa
cama. Había una manchita negra en el techo que miraba para que me dé sueño,
porque si no me distraía y te hablaba y nos pasábamos la noche despiertos y al
otro día andábamos como zombies. Supongo que sigue ahí, pero me puedo tentar y
quedarme dormida. No quiero que te enteres. Por eso te escribo. No quiero que
me descubras vos. Prefiero contártelo, así es más fácil de explicar, aunque no
me sale bien. En realidad es para decirte que no voy a seguir viniendo. No hay
nadie, nunca hay nadie. No tengo nada para descubrir, ya no dejás piezas
sueltas, ya no se mueve nada. Me aburro cuando no están, y además no necesito
hacerlo más, me parece que ya no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario