Weber, el secretario de actas durante la década del 20, pudo haber hecho
todo sin querer hacerlo. Un día se descubrió omitiendo, involuntariamente, un
dato o el contenido de una carta, distraído por la forma nueva del peinado del
Presidente o por la caída de las escarapelas sobre las solapas, la agitación de
la tela por el impacto de los pasos, por el movimiento del cuerpo, o por el
gesto rudo o muy alegre de la esposa del arquero al saludarlo en el field,
mientras el domingo amenazaba con ser tan igual a los otros que nadie se
hubiera quejado si una confusión espacio-temporal lo hubiera hecho desaparecer,
mientras lo único distinto era la posibilidad de una lluvia que inundara el
mundo y mandara a todos a casa, o simplemente distraído, y tuvo que obligarse a
recordarlo en la siguiente reunión, temblando un poco, intentando sostenerse en
los modos formales de siempre, un par de pasos por debajo de la solemnidad,
Weber, entonces, simuló que leía, que sus palabras eran las del papel, que
había escrito lo que estaba por decir, y pensó que el riesgo, que no había
buscado, que se había presentado repentino, era un buen ejercicio para medirse,
para demostrarse que sus compañeros no desconfiaban de su capacidad para el
registro, para convencerlos de que era infalible, y leyó, hizo que leía, que
repetía lo anotado después de la última reunión, que no se había olvidado de
nada. Le costó no distraerse con esas letras, no leer realmente.
jueves, 7 de marzo de 2013
AB negativo
Es un hombre silencioso, distante: mi papá es una estrella en un sentido
lamentable. Tiene buenos gestos, y suelen ser los más dolorosos: es el residuo,
lo que le queda, los motivos por los que soy incapaz de odiarlo, de olvidarlo:
mi papá, mal que me pese, es un hombre bueno. Sería más fácil que no lo fuera,
que no tuviera matices: que fuera, sin discusión, un error: que de la suma de
sus actos se pueda deducir, decir que es la maldad o la indiferencia en mayor o
menor grado pero solo eso: alguien indiscutible. Pero no. Mi papá es un hombre
complejo, aunque sus categorías sean tan simples, tan fijas. Mi papá tiene
gestos memorables, pero es incapaz de demostrar afecto.
Pero sonríe: muchas veces sonríe, grita de alegría si está rodeado de
gente y la música está fuerte o si hay que comer postre y alguno de sus hijos o
alguno de los invitados no está a la mesa. Pero desaparece como una sombra
cuando una nube tapa el sol, con ese desinterés, con ese silencio si se le
agotan las ganas de compartir o si se siente muy ajeno, aun en su propia casa:
desaparece sin avisar que va a desaparecer, como si lo importante, lo decisivo
de ese movimiento decisivo no fuera la huida sino su carácter mudo: mi papá no
sería mi papá si no se le diera por escaparse de esa forma.
Todo prendido
No sé por qué empecé a hacerlo, o por qué la primera vez. Supongo que
fue la tentación, porque era algo prohibido a lo que tenía acceso, pero no sé.
Mucha gente no sabe por qué hace las cosas, menos al principio. O saben y
después se convierte en otra cosa, en algo que hacen por algo distinto. A veces
las hacemos porque nos salen, o porque estamos aburridos, me parece que no hay
razones muy claras para todo. Creo que casi nunca estamos seguros, o tal vez ni
sabemos.
No pasaría nada si dejáramos de hacerlo. Es la costumbre, una cosa
automática, como lavarse los dientes. Hay gente que no se los lava, o que no se
los lava siempre, todos los días. Se levantan sin ganas, o no les molesta la
boca seca, o no la sienten, pero seguro que hay gente que a veces no se los
lava. Ahora que lo pienso mejor no me suena como un buen ejemplo, porque lavarse los dientes
tiene un objetivo, es bastante necesario. Si no te los lavás nunca se te van a
caer o te van a doler o se van a pudrir. También podés vivir sin dientes, pero
debe ser medio incómodo, más que nada para comer. Yo en realidad hablaba de las
cosas que podés dejar de hacer y no pasa nada, de las que después de un tiempo
te olvidás porque no sentís que te falta algo. Con los dientes es fácil
acordarte porque se te manchan, se te ponen amarillos y después más oscuros,
como verdes, como los de mi mamá. El otro día encontré una foto de ella y de mi
hermano, los dos en la graduación de él, cuando terminó la carrera, creo que la
sacó mi viejo. La sacó desde bien cerca y está un poco movida, como casi todas
las fotos de las fiestas, y están los dos sonriendo y los dientes de mi mamá
estaban bien, recién se le estaba empezando a notar que no los cuidaba, había
unas manchitas y uno de los de arriba ya estaba torcido, pero eso se ve en la
foto, si no ni lo sabría. Para mí se le arruinaron de un día para otro, de
repente, pero por la foto sé que no, que fue de a poco. Bueno, decía que con
eso es fácil darse cuenta porque es algo que deja marcas. Hay cosas que no, que
se te van con el tiempo, como si nunca las hubieras hecho, y entonces te das
cuenta de que no eran tan importantes. Es raro, porque mientras las hacés te
parece que no podrías vivir. Después las dejás y es todo igual.
La memoria del cuerpo
Una noche no siento el cuerpo, que se adormece de dolor. Empapo el
colchón de la cama inferior de una cucheta que vive con mi familia desde antes
de mudarnos a esta casa.
Mi familia es mi familia.
Estoy en calzoncillos blancos. Soy chico por todos lados, no dejé de ser
rubio.
La fiebre sube hace días. Mi papá aparece por el extremo de la cama en el que van los pies.
La fiebre sube hace días. Mi papá aparece por el extremo de la cama en el que van los pies.
Todavía tengo los pies.
La luz de ese recuerdo es amarilla.
La cucheta ocupa la pared de la puerta. Mis hermanos y yo compartimos el
dormitorio, que parece grande. Hay un armario enorme, los muebles no hacen
juego, el empapelado empieza a nublarse. No sé si vino con la casa o si se nos
ocurrió a nosotros.
Mi papá me lleva al baño, o creo ahora que mi papá me lleva al baño.
Después estoy en una cama enorme que no es mía y el mundo es verde y
blanco.
Fijáte
Hace unos días que no les escribo ni los llamo, que no saben qué estoy
haciendo ni dónde ni con quien. Hoy a la mañana, mientras desayunaba, tarde, en
una waflería de Leiden, me acordé de cómo era antes. Me acordé de cuando
intentaba saber todo lo que hacían ustedes. Estaba obsesionado por el control,
por la información. Pensaba que si sabía qué estaban haciendo y en dónde y con
quién iba a poder actuar en caso de que les pasara algo, no sé, si chocaban o
se desmayaban o se peleaban con alguien. Salían mucho, a bailar, tomaban.
Supongo que como yo no hacía nada de eso, como no conocía ese mundo sino que lo
imaginaba, lo imaginaba mal, siempre peligroso.
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